đ No entiendo aĂșn cuĂĄl es la parte de mi ser que se empecina en quedar anclada al fantasma de tu recuerdo.
No entiendo la rebeldĂa masoquista que no se resigna a aceptar que esa parte de mi deseo, busca aniquilarme. Deshacerse de mĂ para poder ser domada por la otredad de un otro. Otro cualquiera no. Vos.
Yo estaba bien en mi castillo. Ese que me habĂa construĂdo a costa de sangre, sudor y lĂĄgrimas. Castillo que pensĂ© que habĂa sedimentado con paredes fuertes, lĂłgicas y seguras.
Pero me atravesaste como ya lo habĂas hecho antes. Con tu imprudencia, velocidad y violencia, aniquilando todo a tu paso. Porque te da miedo frenar. Aminorar la marcha de tu caballo y ver todo el destrozo que fuiste dejando por ahĂ. Hacerte cargo del daño que generan tus sombras huĂ©rfanas. Esas que lloran y gritan porque no las querĂ©s adoptar.
Volviste a incendiar mi castillo usando sĂłlo un cigarrillo y tu tonada.
Y ahora que caĂ al suelo de vuelta pienso que tal vez no tenga que volver a construir un castillo. Tal vez, lo que tenga que hacer es aprender a moverme. Volverme ĂĄgil y grĂĄcil. Bailar al compĂĄs del viento y agudizar el oĂdo. Para escuchar, divisar a lo lejos y que la prĂłxima vez que se aproxime el caballero de espadas invertido, dar un paso al costado, esquivar el embate y observar, de lejos, la angustia de la ceguera del jinete. đ